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De un antiguo lago mexicano y las aguas de Chad a las estaciones orbitales del futuro: la espirulina es la prueba de que a veces la naturaleza nos regala tesoros que solo necesitamos saber reconocer.
Espirulina: del lago ancestral al alimento del futuro
Una maravilla verde-azulada con 3.500 millones de años de historia
La espirulina que hoy conocemos no es un alga cualquiera. Es una cianobacteria de ese color verde-azulado tan peculiar que captura la luz del sol. Aunque la llamamos "Spirulina" en los supermercados, la ciencia moderna la ha rebautizado como Limnospira platensis (antes Arthrospira platensis), gracias a estudios genéticos que nos han permitido entender mejor quiénes somos realmente.
Cuando nació la vida tal como la conocemos
Imagina hace 3.500 millones de años: la Tierra era un lugar oscuro, hostil, sin apenas oxígeno. Las cianobacterias como la espirulina fueron las pioneras que cambiaron todo. Con su magia fotosintética, llenaron la atmósfera de oxígeno, haciendo posible la vida tal como hoy la vivimos. La espirulina que comemos hoy es la heredera directa de esos antiguos y heroicos organismos.
Las civilizaciones que descubrieron el tesoro verde
Los mexicas y el tecuitlatl: alimento de emperadores
En el lago Texcoco de la Ciudad de México prehispánica, los aztecas ya sabían un secreto que la ciencia moderna tardó siglos en redescubrir. Recolectaban una lama verdosa llamada tecuitlatl, la secaban en tortas y la mezclaban con sus salsas y granos. No era un capricho: era su respuesta inteligente a la necesidad de proteína y nutrientes. Los cronistas españoles de la época lo documentaron con asombro.
Los Kanembu y el dihé: supervivencia en el desierto
Mientras tanto, al otro lado del mundo, en las aguas alcalinas del lago Chad, el pueblo Kanembu de Chad hacía lo mismo desde hace siglos. Recolectaban la espirulina, la secaban bajo el sol ardiente hasta convertirla en pastas densas y nutritivas llamadas dihé, que añadían a sus guisos diarios. Cuando llegaba el hambre, cuando las cosechas fallaban, la espirulina seguía ahí. Organizaciones internacionales como la FAO y UNESCO han documentado esta práctica porque reconocen su importancia: es un ejemplo vivo de cómo las comunidades han combatido la desnutrición durante generaciones.
El dato que lo explica todo
¿Por qué era tan valiosa? Porque la espirulina concentra entre el 50 y el 70% de proteína en peso seco. Es casi como comer proteína pura. Además, viene cargada de pigmentos naturales, ácidos grasos especiales (como el GLA), vitaminas y minerales. Por eso hoy muchos científicos la llaman "el alimento del futuro".
El redescubrimiento: cuando Occidente abrió los ojos
A mediados del siglo XX, expediciones científicas en África y estudios posteriores despertaron la curiosidad de la comunidad científica mundial. De repente, lo que era un alimento ancestral y casi olvidado se convirtió en centro de investigación. El cultivo saltó de los lagos naturales y los métodos artesanales a granjas modernas con "raceways" (estanques alargados) y fotobiorreactores de última tecnología. Los investigadores comenzaron a estudiar proteínas y péptidos bioactivos de la espirulina, descubriendo su potencial para la medicina y la nutrición.
¿Qué hace tan especial a la espirulina?
Su perfil nutricional es casi perfecto
Es rica en proteína completa (contiene todos los aminoácidos esenciales), carotenoides que protegen la vista, ficocianina (ese pigmento azul único), minerales variados y ácidos grasos beneficiosos. La investigación ha identificado múltiples "superpoderes": es antioxidante (lucha contra el envejecimiento), antiinflamatoria (calma nuestros tejidos) e inmunomoduladora (ajusta nuestras defensas).
La naturaleza pensó en todo
La espirulina prefiere vivir en aguas alcalinas y cálidas. ¿Ventaja? Esa alcalinidad es como un escudo natural que impide que otras algas y microbios no deseados prosperen. Esto hace que el cultivo sea limpio, sostenible y más seguro, sin necesidad de pesticidas agresivos.
Del planeta azul al espacio: el viaje final
La historia no termina en la Tierra. Agencias espaciales como la ESA (Agencia Espacial Europea) y la NASA están explorando la espirulina para algo extraordinario: las misiones espaciales de larga duración. Imagina una estación orbital donde la espirulina crece en fotobiorreactores especiales, consumiendo el CO₂ que los astronautas exhalan y produciendo oxígeno fresco mientras proporciona alimento nutritivo. Es casi ciencia ficción, pero es real. Los científicos la estudian dentro del proyecto MELiSSA, donde la espirulina juega un papel central en crear sistemas de vida cerrados y autosuficientes.
